La desgracia de nosotros los pobres
No era un día como todos los demás; era jueves, el día de pago en todos los campos bananeros. El carro—pagador era estacionado al frente de la empacadora 47, fuertemente custodiado por más de una docena de elementos del ejército mal encarados y armados de fusiles Fal, dispuestos a disparar a cualquiera que intentara cometer un asalto. Atrás venían más de diez vehículos timoneados por cobradores, prestamistas, comerciantes, artistas no videntes, malabaristas, tahúres, domadores de serpientes y mendigos. Ese día parecía una feria promovida por la exportación de banano, fruta a la que por mucho tiempo se le llamó el oro verde.