Principio de antítesis
Hay en «Principio de antítesis», un mundo en constante transformación, donde la realidad pierde terreno frente a situaciones en que predomina lo kafkiano, la brevedad con tintes de ironía cómica, a veces trágica, aunque alejada del vigor fatalista de Sófocles, y la irreverencia lúdica de algunos textos de Juan José Arreola. Por consiguiente, destacan la intensidad y la tensión, el carácter proteico y la sobriedad de un lenguaje reconocible, en el buen sentido de la palabra, y muy bien depurado. La intertextualidad es, asimismo, fascinante: los pescaditos de oro de «Cien años de soledad», el Árbol del Bien y el Mal en la historia del Jardín de Edén del libro del «Génesis» y el recurso de renombrar o crear un pueblo con una identidad propia, como sucede en «Quinoa», que bien puede ser Macondo, Santa María o Comala. He aquí, pues, un libro de textos híbridos, humorísticos y liberales, donde la acción de leer historias de ficción se renueva a través de su discurso paradójico, invitando al lector a abordar el tren de la relectura. Con alegría puedo decir que aún no decido bajar y que, con cada parada que pasa, la línea entre la belleza y lo cotidiano va perdiendo su inocencia.
Felipe Rodríguez Medina