Reseña

El apóstol Juan, en su tercera epístola, deja muy claro el orden lógico para alcanzar el bienestar en la vida. “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”, expresa Juan, estableciendo en primer lugar al alma como prioridad para alcanzar una vida próspera. ¡No hay otra manera! Sin embargo, el mundo confunde la riqueza con la acumulación de bienes materiales y con la cantidad de dinero que alguien pueda poseer. Entre más posesiones tiene alguien, más próspero es. Incluso, los cristianos muchas veces caen en ese error de apreciación. Por esa razón, el mundo va tras los bienes y se olvida que para poder disfrutar de ellos primero debe lograr que prospere el alma. El salmista lo sabía. “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida…”. Eso es bienestar, eso es ser próspero. Y quién mejor que nuestro Señor Jesucristo para ampliar esta verdad, cuando aconsejó buscad “primeramente” el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas serán añadidas. Si prospera nuestra alma, indefectiblemente seremos prosperados en todas las cosas.
Allí radica la verdadera riqueza y el éxito pleno de un hijo de Dios.